La guerra nuclear es posible porque la realidad es una refugiada
María-Milagros Rivera Garretas
Lo que se suele llamar política –poder, categorías, ágoras, ideologías, violencia, correlaciones de fuerzas, partidos, intrigas y cinismo– se ha separado casi por completo de la realidad, también mucha de la política feminista. Se ha separado tanto que, cuando alguien en sus foros dice la verdad, una verdad concreta y real, provoca un cataclismo. Y alguno de los cabecillas que siempre hay por allí, pide que rueden cabezas, como si no pudiera ya ni imaginar que podría rodar la suya.
No creímos que habría guerra en Ucrania, a pesar de los 190.000 soldados bien armados, creo recordar, que aparecieron en sus fronteras, y a pesar de que su inicio había sido anunciado con fecha y todo en los medios de comunicación del mundo entero. Negamos una realidad palpable, documentada y mortífera. No nos cabía en la cabeza aunque la tuviéramos delante de los ojos.
No lo creímos porque llevamos mucho tiempo escatimando existencia a la realidad. La violencia hermenéutica universitaria nos ha enseñado a abstraerla, la realidad, a despedazarla y guardarla en pequeños compartimentos científicamente ordenados, pendiente de análisis. Para que la vida no distraiga al pensador. El patriarcado del siglo XX nos enseñó a superarla, como si la realidad se pudiera superar, como si fuera bueno intentar superarla, como si no fuera el primer recurso de la vida. Así, nos hemos ido acostumbrando a vivir ahuyentándola, con una maestría que parece, ya, irreversible o casi. Como si la realidad no la pudiéramos aguantar.
En pequeño, lo hacemos todos los días, continuamente, como un modo de vivir. He estado enferma de un efecto secundario no banal de la vacuna contra el covid-19. El síntoma más llamativo y angustioso es que no podía andar, o solo lo justo para valerme por casa apoyándome en lo que encontrara y arrastrando los pies. Cada vez que he dicho lo que me pasaba, la recomendación unánime ha sido que en cuanto hubiera un poco de sol, saliera a andar. Al principio, incluso a mí me parecía una buena idea. Hasta que me di cuenta –y en ese instante entendí que la realidad es, hoy, una refugiada– que nadie podía admitir ni por asomo que la vacuna del covid tuviera el efecto de impedirte andar. Yo no podía andar y me decían que anduviera. ¿Es posible negar más la realidad?
Solo cuando me metí en mí y miré solo adentro, hasta reconocer que podía quedarme así para siempre, que la realidad existe y se impone sin pedir permiso a nadie, que podía atenerme a ella y podía incluso enamorarme de ella, de la realidad,[1] Dama Amor me indicó el camino.
La realidad es, hoy, una refugiada. Ha encontrado refugio en la inspiración pura, en las artes no performativas y, sobre todo, en las mujeres clitóricas, en las amas de casa a tiempo completo, en las madres a tiempo completo, en todas las mujeres del mundo que nos aferramos al resto del tiempo que dedicamos, día tras día, amorosamente, a ser amas de casa o madres, tías, abuelas, amigas de madres…, sin ceder jamás nuestra “hera”, nuestra real soberanía. Solo ahí se sabe que la guerra nuclear es posible porque la realidad es una refugiada. Porque no nos la creemos. Porque lo nuestro es superarla para borrarla. Como si esto fuera posible.
Y sin embargo, la realidad, buena o mala, da igual, es, con las mujeres, lo más bello y opulento del universo, la más honda de las experiencias humanas, la que ahuyenta la destrucción y el Mal.
Déjala entrar en tu vida, siente su peso de plomo, su gravedad y su verdad y belleza, familiarízate con ella por fea o mala que parezca, enamórate de ella y diviértete. La guerra se volverá entonces impensable para los hombres, que son los que la hacen. No nos dejaremos meter en líos antinómicos.
(28/04/2022)
[1] Tomo de Antonietta Potente en la dedicatoria de su libro Il miele e l’amaro. Lettura misticosapienziale dell’Apocalisse, Milán, Paoline, 2021.