La paz no es ausencia de guerra: es condición del vivir humanamente

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Hoy comparto contigo una opinión sobre la guerra en Gaza escrita en la estela de la libertad y la autoridad femeninas. Somos las mujeres las que sabemos gobernar. Discrepo solamente de la frase que dice que el gesto de paz de Yocheved Lifschitz “va en la dirección contraria de la seguida por Israel”. Discrepo porque la libertad y la autoridad femeninas no van en contra de lo ya dado sino más allá, libres de todo rastro ideológico antinómico. Nosotras sabemos que siempre hay salida, aunque sea por el aire.

La mujer que se despide de su carcelero con shalam (paz)

Franca Fortunato

Hay gestos de los que son capaces más mujeres que hombres, que tienen la fuerza de descomponer la realidad, indicar el camino justo e iluminar la esperanza ante la catástrofe. Me refiero al gesto de Yocheved Lifschitz, mujer israelita de 85 años que, tomada como rehén por Hamás, después de su liberación con otra mujer, estrecha la mano de su carcelero con un Shalam (paz). Un gesto imprevisto el suyo, inesperado, impensable y sorprendente que va en la dirección contraria de la seguida por Israel después del ataque terrorista de Hamás. Un gesto que habrá pillado por sorpresa también a su carcelero, que no lo ha rechazado sino devuelto. Una mujer y un hombre, un terrorista de Hamás, una víctima y un verdugo que se estrechan la mano en señal de reconciliación, mientras todo a su alrededor no es mas que muerte y destrucción, odio y revancha, sangre y venganza frente a un pueblo desarmado, inerme, víctima a su vez de una feroz ocupación y opresión, es una imagen simbólica potentísima de un deseo de paz y no de guerra, de amor y no de odio entre dos pueblos que quieren vivir en la misma tierra.

Y sin embargo, esa mujer no ha olvidado el “infierno” que ha vivido, al que no creía que habría “sobrevivido”. “Consiguieron destruir el recinto “ -ha contado-. “Atacaron nuestras casas, asesinaron y violaron a mayores y jóvenes, sin distinción. Las imágenes de lo sucedido se repiten en mi mente, desde que me ataron a una motocicleta y me robaron enseguida el reloj y las joyas. Mientras atravesábamos los campos, otro motociclista me golpeó con un tablón de madera (…). Caminamos kilómetros bajo tierra, durante dos o tres horas, en una telaraña de túneles, hasta llegar a una gran sala en la que éramos un grupo de veinticinco personas y nos separaron según el kibbutz del que procedíamos (…). Cada cual tenía un guardián.” En las mujeres de su generación que son como ella, que vivieron el Holocausto (Shoah) y han trabajado siempre por la paz entre israelitas y palestinos -ella y su marido transportaban a palestinos enfermos desde Gaza hasta la asistencia médica de Israel- reconozco la herencia de Etty Hillesum, muerta en Auschwitz a los 29 años. “Si todo este dolor” -escribió en su Diario- “no ensancha nuestros horizontes y no nos vuelve más humanos (…) habrá sido todo inútil (…). No se resuelve nada con el odio. Convenzámonos de que cada átomo de odio que añadimos al mundo lo vuelve todavía más inhóspito”. Desde siempre, y todavía hoy, aquella enorme tragedia ha sido simbólicamente el arma más poderosa en las manos del Estado de Israel que, nacido el día después del Holocausto, ha sido identificado como un estado “víctima” para esconder la realidad y los crímenes contra el pueblo palestino. Con su gesto aquella mujer destruyó esta arma y el mundo puede mirar la tragedia de un pueblo “oprimido”, “humillado”, “colonizado”, “dispersado”, “exiliado”, “odiado”, “masacrado”. El pueblo palestino no es Hamás. No menos sorprendente fue la respuesta de aquella mujer a la pregunta de por qué había estrechado la mano de su carcelero. “Me han tratado bien. Los guardias daban a los prisioneros el mismo tipo de alimentos que ellos comían. Un  médico acudía todos los días y traía medicinas y curas, también para un rehén herido en un accidente de moto.” Sigue siendo una mujer la que indica el camino de la reconciliación y no de la invasión, de la paz y no de la guerra, de la convivencia y no de la diáspora. El asesinato de 7000 palestineses y palestinesas, siendo 3000 niñas y niños, no es derecho a la defensa ni lucha contra el terrorismo sino genocidio de un pueblo. Parad a Israel, liberad a los rehenes.

(Mi traducción del artículo de Franca Fortunato publicado el 28/10/2023 en el “QUOTIDIANO DEL SUD” en la columna “IO,DONNA”).   

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