Un asesino machista nuevo por semana en 2017

Un asesino machista nuevo o dos han aparecido cada semana en España este año 2017: uno, dos o más, según quién haga los cálculos. Oficialmente es uno a la semana pero, contando bien, salen dos o más, como mostró Esther Ferrer para 2015 con la instalación de 109 sillas vacías en su exposición Entre líneas y cosas (2016). Cada caso es una historia sagrada, sagrada porque lo esperpéntico de cada modalidad de violencia escogida por el asesino te obliga a detenerte atónita como detiene lo sagrado: te obliga a dejarte sentir y a intentar pensar. Ante la noticia de los tres últimos casos en cuatro días, he sentido náuseas, desolación, ansia de justicia (no de leyes), y una comunión profunda con cada mujer asesinada y con la madre de ella y la de él; seguido todo de la pregunta ¿de verdad pertenecemos las mujeres a la misma especie que esos hombres, hombres comunes y corrientes, por lo demás?

 

Hace dos días, el 26 de diciembre de 2017, un hombre de 28 años asesinó (presuntamente?) a la mujer de 20 que había sido su novia y le había dejado porque la maltrataba. La chica volvió a casa de su madre y esta denunció ante la policía al agresor. La comisión correspondiente le dio a él orden de alejamiento y calificó el caso de “riesgo medio”. A ella le dijo que no fuera sola por la calle (!). El día del crimen, a las 6 de la mañana, ella esperaba a una amiga para ir a trabajar. Él fue al sitio, la obligó a meterse en su coche amenazándola con una navaja mientras la arrastraba por el pelo y, poco después, estrelló el coche contra un surtidor de gasolina cerca de Benicàssim (Castellón). Ella murió en el acto, él poco después y, no se sabe cuándo, el perro que el asesino suicida llevaba en el coche. ¿Cabe más violencia en una sola cabeza, en un solo cuerpo si cabeza no tenía? El día antes, día de navidad de 2017, un  hombre de 34 años asesinó a su mujer de 30 en Sant Adrià del Besòs (Barcelona) y la medio enterró junto a las vías del tren que hay entre el barrio de La Mina y la Ronda Litoral. Ella le había denunciado dos veces por malos tratos, pero la fiscala o el fiscal no dio importancia al asunto. Tal vez ya no pueden con ello. Hoy 28 de diciembre, en Azuqueca de Henares (Guadalajara), un hombre de 40 años ha asesinado a puñaladas a su mujer de 37 en su casa, en presencia de sus tres criaturas, menores de edad; luego ha intentado suicidarse, en vez de hacerlo antes, sabiendo como sabía que una pareja anterior le había denunciado por malos tratos en 2007.

 

Si se contaran también los maridos, parejas y ex ambas cosas que matan el alma femenina a fuerza de violencia psíquica contra sus mujeres ¿quién sabe cuántos saldrían? ¿Haría falta una cárcel especializada cada tres pueblos? “La vida de la mujer es la vida del alma”, enseñaba María Zambrano. El alma es la sede del amor, amor del que cada mujer solo sabe que es todo lo que hay (Emily Dickinson). Hace muchos años, de estudiante en Chicago, vi una versión feminista de la obra Matar a un ruiseñor en la que el ruiseñor era el canto del alma de la esposa. Recuerdo todavía la intensísima escena interior de mi toma de conciencia de que la violencia masculina contra el alma femenina mata a una mujer ya antes de que intervenga la fuerza.

 

Precisamente ayer firmaron ruidosamente los partidos políticos un pacto de Estado contra lo que ellos llaman la violencia de género, tapando malamente la pequeña vergüenza que parece que les dé el llamar a las cosas por su nombre pronunciando la frase exacta “violencia masculina contra las mujeres”. El pacto de Estado consiste en medidas y dinero. Pero le falta lo esencial, o los medios de comunicación no lo han recogido: le falta llamar a las cosas por su nombre insistentemente, hasta que los hombres se enteren por fin de que el problema es de ellos y de todas las entrañas y las conciencias masculinas, si aún tienen.

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